S e d o l a G a r c i a
por los confines de un mundo irreal
15 de Agosto de 2021
Nos encontramos en pleno
verano y mucho nos tememos que vamos a pasar tanto calor como en la Traviesa de
Arria, que hiciéramos unas semanas atrás con Bea y Raúl.
Hacía tiempo que
planeábamos la ruta, la teníamos ganas, nos resistíamos a posponerla. Lo que
habíamos leído de ella garantizaba momentos de sorpresa y adrenalina. Como así
fue.
Esta vez sólo César y
servidor nos pusimos en camino, con la inquietud propia de quien ya conoce
sobradamente los peligros de las canales laberínticas del Cares, con sus muchas
horas de pateo, su sol abrasador y la ausencia alguna de fuentes de agua.
Iniciamos la ruta a eso de las nueve desde
la Fuente de la Teja; pasamos el puente Barrejo y las casas de Fresneda,
terreno ya conocido por nosotros.
Pronto nos situamos en
las inmediaciones de la pica que se encuentra debajo de la pared enhiesta y
bella del Jancao; buscamos la manera de acceder a ella y dudamos al principio,
ya que la pequeña senda se alejaba en dirección al bosque de Asotín.
Rectificamos desandando
unos metros y, abandonando el sendero, descubrimos unas trazas que permitían
pasar la pica por su parte derecha. Hasta el colladín que forma la pica con las
paredes del Jancao transitamos por dichas trazas medio perdidas, pero una vez
acabadas ya no hay más remedio que intentar flotar sobre la enorme extensión de
tojos, brezos y retamas que colonizan lo que en su día debió ser una bella y
solitaria pradera.
Cuando llegamos a las cercanías de las paredes, comprendemos que tenemos que bajar al cauce de la riega seca por un empinado bosque de hayas y avellanos, casi agarrándonos a los tallos, hasta que damos con los pies en la arena y las piedras, donde un solitario y triste jito de piedras nos da la bienvenida.
descendiendo por el bosque hacia el cauce del argayo
desde el cauce se divisa ya el sedo |
el triste y solitario jito |
Qué sitio más inquietante
y desolador. Estamos en el cauce del Argayo Mermejo.
Tanteamos el terreno y
hacemos nuestras elucubraciones, decidiendo subir ladera arriba y en diagonal por
el lado contrario al descendido, escalando literalmente por pedreras y
hierbajos y ayudándonos con las raíces someras de las hayas desperdigadas que no
verán a muchas personas nunca por aquí.
observamos el descenso realizado minutos antes por el bosque |
De modo un poco instintivo, llegamos a la entrada al sedo, cuyas losas húmedas hay que remontar con precaución, y pegados a la pared vamos transitándolo, imaginando qué motivaciones llevarían a los lugareños antepasados a trazar y excavar un camino así. En aquel entonces, el ganado y el pasto lo eran todo, hasta el punto de jugarse la vida por aquí en días de lluvia o niebla.
la entrada al sedo |
entrando al sedo |
primeros metros del increíble camino |
Cuando se oculta de
nuestra vista el bloque empotrado, vamos un poco a ciegas, y no sabemos si
subir o bajar. César intenta destrepar hasta el cauce, pero es muy expuesto. Yo
subo un poco y atravieso, por el único acceso posible, parece que se deja.
fin del sedo e inicio de la travesía |
saliendo de la peligrosa travesía |
avanzamos con cuidado |
en alerta continua |
Y así logramos alcanzar el enorme y redondeado bloque, el cual pasamos por su lado izquierdo sin problemas.
Nos alegramos de haber
dejado atrás aquella peligrosa travesía. Sin duda lo peor.
miramos atrás una vez superado el bloque empotrado |
Más adelante, de nuevo en
el cauce, aún tenemos que escalar un murete que nos deposita en una pradería.
Las nieblas juegan con nosotros y tapan las visuales. Tenemos que subir hasta
el collado del Aceo. Nos orientamos más o menos por las fotos de las escrituras
y empezamos a subir penosamente por una de las laderas más empinadas que
subiera nunca, una ladera inacabable de hierbas altas. Pero al menos sin
peligro.
Tras una hora de penitencia, nos colocamos en la loma que separa los argayos (el de la Garcia y el Mermejo), algo más arriba del collado del Aceo, y escrutamos nuestra siguiente pista. Sabemos que hay que descubrir el argayo oculto que baja del Pamparroso, a la altura de las Torres del Hoyo de la Llera, y para ello hemos de ganar terreno por nuestra izquierda. Las minas ya quedan a nuestra vista, justo enfrente en un terreno desolado y rocoso.
desde el collado del Aceo |
una pendiente dura de subir desde las profundidades de la Garcia |
El sol nos atiza.
Tras otro tramo de dura
subida, encontramos algún jito solitario, y observamos el argayo que se nos
aparece de repente: por ahí es. Encontramos dos tramos de cuerda probablemente
instaladas por espeleólogos y tras un penoso ascenso, alcanzamos el difuso
camino del Pamparroso, cada uno por un lado y algo tostados. Pero reconforta
encontrar ya algo conocido.
Dejamos las mochilas en
un lugar discreto y subiendo por un canchal y unas viras de hierba alcanzamos
en poco tiempo la cumbre de la Torre de Enmedio, por detrás de la montaña al ir
hacia la cumbre y por delante en la bajada: no presenta problemas ninguna de
las dos opciones.
tendencia a la izquierda del valle para descubrir un nuevo argayo transitable |
subimos por donde nos dicta el instinto hacia el camino del Pamparroso |
enfilando la vereda hacia la Torre de Enmedio |
Aunque se trata de una cumbre “menor” comparada con otras más internas del macizo y con mayor renombre, la separan nada menos que 1.400 m. del valle, y como se levanta literalmente desde las profundidades del Cares, el abismo y la sensación de vértigo es indescriptible. La vista hacia Moeño, con las verticales paredes de hierba que bajan desde nuestra cumbre, se antoja tan bella como fuera de toda lógica en las leyes de la física.
en la cumbre de la Torre de Enmedio. |
un universo de vértigo |
Por ello no es de
extrañar que haya quien encuentre estas salvajes ascensiones desde el Cares más
emocionantes y arriesgadas que muchas escaladas en el interior de los Picos,
máxime si pensamos que vamos en zapatillas y pantalón corto y sin ningún
material de escalada.
Las cabras que pastan en
esas altitudes dan un toque de vida a la escena, y lejos de espantarse hacen lo
contrario, husmear en nuestras mochilas y mirarnos intrigadas cuando llegamos a
ellas.
De nuevo en el caminillo
de Pamparroso, nos empezamos a preocupar por el agua, pero decidimos para
evitar alargar la ruta al menos dos horas más, no enlazar por aquí hasta el
refugio de Jermoso donde podríamos repostar en la fuente, con lo cual optamos
por desandar con precaución el camino. Eso sí, en vez de ir de nuevo al collado
del Aceo, viramos a nuestra izquierda hacia las minas del Rabico, incluso tengo
ánimo aún para adentrarme en alguna de sus bocaminas, y compruebo, que, en
efecto, después de oír hablar de ellas años, no eran una leyenda…
uno de los bocaminas de las Minas del Rabico |
cualquier marco es bueno para Peña Santa |
Desde las minas, a base
de imaginación, llegamos hasta el visible inicio de la senda que nos lleva a
Collado Solano, que ya conociéramos en otra anterior excursión por las
Traviesas de la Torre del Jaz, y remontamos las pendientes de tan sorprendente
camino bajo un sol y un calor de lo más castigador. Deshidratados, nos tomamos
un merecido descanso cuando llegamos al ansiado collado. Por fin vemos a seres
humanos.
la perceptible senda hacia Collado Solano |
llegando a Collado Solano |
La bajada a la Vega de
Asotín la hacemos más tranquilos, y de ahí nos internamos en el bosque; pero en
vez de seguir hacia la rienda viramos hacia el norte por una buena y bonita
senda señalizada con un jito, que nos lleva de nuevo al mismo punto de inicio
de la ruta que comenzáramos por la mañana. Fresneda, Barrejo y el parking. Nos
descalzamos y bebemos litros y litros. Las frías aguas de la Fuente de la Teja
recomponen pies y ánimos. Son las seis de la tarde.
Los días posteriores, en
alguna visita al Chorco y a Corona, no paro de emplear minutos en identificar
desde el suelo el argayo de la Garcia y su sedo, y me pregunto si
verdaderamente hemos estado allí o ha sido sólo un sueño.