martes, 18 de diciembre de 2018





REVIVAL CANTÁBRICA


6-9 Diciembre de 2018


Se presentó de nuevo un puente de Diciembre, de los Puentes de Diciembre de toda la vida, que hicieron las delicias de este que os habla durante casi dos décadas al permitirme encadenar varios días de escalada con gente diversa y en destinos variopintos.
Fue una auténtica novedad este año elegir como destino las frías tierras leonesas, capaces de congelarte a las 9 de la mañana con cero grados de temperatura y escalar sin camiseta a pleno sol dos horas más tarde. Y además, que en tres de las cuatro actividades que hiciéramos, se apuntara un buen compañero de hazañas de antaño, el genio y figura del Chorbo, que aprecia por igual las tres fases de cualquier jornada de monte: café, tapia y cervezas.
El guardés del Pico, o lo que es lo mismo, don Raúl Redondo, no pudo venir por motivos de agenda, al igual que Alfonso que prefirió trabajar para seguir levantando el país.


Al timón de la Merche, o lo que es lo mismo, la furgo con la que partimos, el bueno de Juan Carlos, ansioso de salidas, trepadas y evasiones por más que tuviera que aguantar a un compañero de viaje tan trasnochado y caduco como yo.




Y así partimos el miércoles 5 a media tarde, en dirección a la Cantábrica, repostando como no podía ser menos en mi querido León natal, en uno de esos bares con buena tapa, y al cual se acercó el gentil de Chesi, sobre todo para darnos muchos ánimos y desearnos suerte en nuestra empresa, pues, ¿a qué lunáticos se les ocurriría en estas fechas orientar la brújula hacia la siberia española?


Era media noche cuando las congeladas calles de barro de la Vega de Robledo recibían la llegada de dos pasajeros somnolientos buscando un sitio llano donde dormir. En el aire, estrellas y un frio cortante como el demonio. De entre las sombras, apareció negruzca la estatua al mastín, emblema de este pequeño pueblo, y que bien merece la pena conocer.
Antes de deslizarme en el saco, me percaté de que el catarro que notaba era sólo el asomo de lo que me esperaba.


EL JUEVES: LA PEÑA SUCA CABRÓN Y LA VÍA MUFIS.



Son las 9,30 y el Chorbo ha llegado puntual a su cita. Para mí, la cosa no ha empezado bien, porque he metido ambos pies en el agua de la acequia nada más salir del pueblo (menudo confort para el resto de las horas por venir) y porque ya en la base, a cincuenta minutos del coche, me percato de que he olvidado parte de mi material. Bien.



El primer largo lo empieza Chorbo, se trata de un largo tranquilo de toma de contacto. Pero el segundo de tranquilo no tiene nada, ya que sortea un techo y avanza por unas fisurillas complicaditas. De hacerlo se encargó Juan Carlos, con su tramposa de 5 kms., sin prisa y sin pausa, y bastante me alegré yo de no haberme tocado semejante ogro. El tercero, que arranca con un compacto muro, me tocó a mí, y lo aceré perfectamente a vista. Era curioso ver cómo la sombra avanzaba en vertical casi más deprisa que nosotros. Los dos últimos largos los terminó Chorbo, llegando hasta la cima (la gente suele repelar sin hacer el último largo). Huimos del frío atardecer como alma que lleva el diablo, destrepando con cuidado hasta la brecha que separa la Peña Suca del Caballín.









Las horas siguientes se consumieron con cerveza, ese invento que te permite acortar el tiempo que en invierno pasas desde las seis de la tarde a las diez de la noche, primero en el balneario de Caldas de Luna y luego en Pola de Gordón, en compañía de la familia de Navarro, que se apuntó a la tertulia. Bueno, tertulia ellos, porque mi catarro derivó en laringitis, y no podía ni articular palabra.




Dormimos en Vegacervera, en un lugar tranquilo desde donde se podía intuir la fantasmal sombra de las paredes de las Hoces.


EL VIERNES. PEDROSA Y SUS VÍAS


A través de esas Hoces pasábamos sobre las 10 de la mañana, rompiéndonos el cuello identificando tantas rutas en el recuerdo…Son tan angostas que el sol apenas entra, por eso escalar aquí en Diciembre es una locura, salvo que entrenes para ir al Mac Kinley.


No nos extrañó por tanto que no hubiera ni el tato en el aparcamiento de Valverdín. Partimos con cero grados hacia la pared y cuando llegamos a la zona soleada era un espectáculo ver cómo se evaporaba la escarcha. Sí sí, muy poético todo pero seguíamos congelados.
Cuando empezamos la Escalera Mecánica aún llevábamos los forros puestos; cuando la estábamos rapelando ya hacía calorcillo. Mejoró aún más la cosa con la Chuchi Norris (el segundo largo es alucinante), y acabamos sin camiseta en las vías de deportiva. Como nos habíamos olvidado cualquier tipo de cosa comestible abajo, las tripas empezaron a quejarse; aun así, apuramos de narices y fuimos de los últimos en bajar: los brazos ya no daban para más. ¡Oh, qué vías… Oh!







La zampa que nos metimos fue bestial, tanto que luego ya no pudimos ni cenar. Pero la tarde nos dio para sumergirnos en las termas de Gete, las cuales parecían estar templaditas, hasta que descubrimos que estábamos tiritando y salimos despavoridos. Al menos nos quitamos la roña.
Liquidamos unas cervezas en Aviados y pal sobre, esta vez protegidos por la vía mítica del Sol sobre nuestras cabezas.


La laringitis se había transformado en faringitis.


EL SÁBADO. EL PICO TORRES Y LA VÍA PORRIÑO.




El lugar de la quedada con Chorbo fue Boñar. Allí donde den café y pincho de tortilla por uno diez, allí estaremos siempre.
Tras preparar los macutos en el aparcamiento de la Raya, en lo alto del Puerto de San Isidro, iniciamos la marcha de aproximación, una vez más de manera errónea. He venido aquí muchas veces y nunca he pillado a la primera el dichoso camino.


Nos cruzamos con un grupo de andarines, uno de ellos al enterarse de que íbamos a escalar comentó “o sea que tenemos espectáculo”, lo cual apuesto que lo dijo con retintín porque conocía la historia de mi vida.
Empezó el Chorbo, que venía motivado, y la verdad es que se lo curró muy bien empalmando los dos primeros largos, el segundo realmente delicado. En el tercero enmendó mi miopía y pasó de nuevo en cabeza, acertando con el itinerario correcto, bastante secreto porque como bien se lee también en internet, es todo igual y encima las chapas y clavos oxidados se camuflan con el color de la roca.



El cuarto largo lo resolvió hasta casi la cumbre Juan Carlos, y lo hizo rápido, menos mal porque yo ya estaba pensando en llamar al helicóptero del frío que tenía.




Recogemos cuerdas, mal tragamos los polvorones de Chorbo (auténtico fanático de este complemento navideño), nos despedimos de la reunión última de la directísima, y de rapelar pasamos, tiramos hasta la cumbre y bajamos andando como en una hora, recalando por fin en el bar, que ya tenía los botellines preparados. Fue una decepción saber que habían robado el libro de piadas, porque me hubiera gustado releer las tonterías que puse hace ya más de 25 años cuando hice la directísima.




Esta vez guardamos el hambre para una cena en condiciones en Boñar. Con el auxilio de un cepas viejas llenamos la barriga y vaciamos el monedero. Pero estábamos vivos una vez más y había que celebrarlo.


La dormida fue en la zona de las piscinas de Boñar, justo donde hiciera yo de niño un campamento al que nos mandaron las monjas. Allí no aprendí a montar tiendas canadienses, pero descubrí en toda su amplitud el concepto de jolgorio.
La faringitis se estaba transformando en sinusitis.


EL DOMINGO. VALDEHUESA FOREVER.


Terminó el puente en las blanquecinas paredes de Valdehuesa, recordando vías como Mi Primera Embestida, Rabo de Nube, Todo eso que nos arrebata el viento, Paco Jones…
Una vez más comprobé que el quinto más es comparativamente con tu estado de forma el grado más duro de cuantos existen.

Terminamos por poco con las cervezas de la furgoneta, apurando las pocas viandas que quedaban, y tras un carajillo en Boñar, nos despedimos del Chorbo mientras nosotros nos volvíamos a Madrid.


En ruta, evoco otros tiempos, inevitables pensamientos que me surgen cuando visito estos parajes. Pienso en la gente con quien vine, en los que abrían, en las primeras repeticiones, en los ridículos gatos y arneses que llevábamos…cuánta aventura.
Ya ha llovido desde los ochenta y los noventa. Entonces éramos imparables y nuestra mente no necesitaba más futuro que llegar a la cadena. La caliza sigue siendo la misma, pero los ojos que la ven ya no. ¿Que qué es la escalada? Aquello que ya no volverá.


Ya en casa, por fin podré curar el maldito catarro.