viernes, 17 de septiembre de 2021

SEDO LA GARCIA

 

S  e  d  o            l  a           G  a  r  c  i  a

por los confines de un mundo irreal


15 de Agosto de 2021


Nos encontramos en pleno verano y mucho nos tememos que vamos a pasar tanto calor como en la Traviesa de Arria, que hiciéramos unas semanas atrás con Bea y Raúl.

Hacía tiempo que planeábamos la ruta, la teníamos ganas, nos resistíamos a posponerla. Lo que habíamos leído de ella garantizaba momentos de sorpresa y adrenalina. Como así fue.

Esta vez sólo César y servidor nos pusimos en camino, con la inquietud propia de quien ya conoce sobradamente los peligros de las canales laberínticas del Cares, con sus muchas horas de pateo, su sol abrasador y la ausencia alguna de fuentes de agua.

Iniciamos la ruta a eso de las nueve desde la Fuente de la Teja; pasamos el puente Barrejo y las casas de Fresneda, terreno ya conocido por nosotros.

Pronto nos situamos en las inmediaciones de la pica que se encuentra debajo de la pared enhiesta y bella del Jancao; buscamos la manera de acceder a ella y dudamos al principio, ya que la pequeña senda se alejaba en dirección al bosque de Asotín.

Rectificamos desandando unos metros y, abandonando el sendero, descubrimos unas trazas que permitían pasar la pica por su parte derecha. Hasta el colladín que forma la pica con las paredes del Jancao transitamos por dichas trazas medio perdidas, pero una vez acabadas ya no hay más remedio que intentar flotar sobre la enorme extensión de tojos, brezos y retamas que colonizan lo que en su día debió ser una bella y solitaria pradera.

Cuando llegamos a las cercanías de las paredes, comprendemos que tenemos que bajar al cauce de la riega seca por un empinado bosque de hayas y avellanos, casi agarrándonos a los tallos, hasta que damos con los pies en la arena y las piedras, donde un solitario y triste jito de piedras nos da la bienvenida.

descendiendo por el bosque hacia el cauce del argayo


desde el cauce se divisa ya el sedo

el triste y solitario jito

Qué sitio más inquietante y desolador. Estamos en el cauce del Argayo Mermejo.

Tanteamos el terreno y hacemos nuestras elucubraciones, decidiendo subir ladera arriba y en diagonal por el lado contrario al descendido, escalando literalmente por pedreras y hierbajos y ayudándonos con las raíces someras de las hayas desperdigadas que no verán a muchas personas nunca por aquí.

observamos el descenso realizado minutos antes por el bosque

De modo un poco instintivo, llegamos a la entrada al sedo, cuyas losas húmedas hay que remontar con precaución, y pegados a la pared vamos transitándolo, imaginando qué motivaciones llevarían a los lugareños antepasados a trazar y excavar un camino así. En aquel entonces, el ganado y el pasto lo eran todo, hasta el punto de jugarse la vida por aquí en días de lluvia o niebla.

la entrada al sedo


entrando al sedo



primeros metros del increíble camino


Terminado el sedo, observamos la altura y la distancia a la que queda un gran bloque empotrado en el cauce seco, a lo lejos, que es nuestra próxima referencia, pero nos inquieta la travesía que hay que realizar hasta allí, por la tremenda inclinación de la ladera. Sin duda es lo más complicado, como puedo comprobar enseguida enriscándome en un paso expuesto y con aires traicioneros; uf.

el bloque empotrado al que hay que dirigirse

A la vista de mis problemas con el paso, César elige otra variante más baja y acierta, aunque se desliza siempre en alerta y despacio. Yo rectifico y le sigo. Aquí como no sepas pisar, estás acabado.

Cuando se oculta de nuestra vista el bloque empotrado, vamos un poco a ciegas, y no sabemos si subir o bajar. César intenta destrepar hasta el cauce, pero es muy expuesto. Yo subo un poco y atravieso, por el único acceso posible, parece que se deja.

fin del sedo e inicio de la travesía

saliendo de la peligrosa travesía

avanzamos con cuidado


en alerta continua

Y así logramos alcanzar el enorme y redondeado bloque, el cual pasamos por su lado izquierdo sin problemas.

Nos alegramos de haber dejado atrás aquella peligrosa travesía. Sin duda lo peor.

miramos atrás una vez superado el bloque empotrado

Más adelante, de nuevo en el cauce, aún tenemos que escalar un murete que nos deposita en una pradería. Las nieblas juegan con nosotros y tapan las visuales. Tenemos que subir hasta el collado del Aceo. Nos orientamos más o menos por las fotos de las escrituras y empezamos a subir penosamente por una de las laderas más empinadas que subiera nunca, una ladera inacabable de hierbas altas. Pero al menos sin peligro.

Tras una hora de penitencia, nos colocamos en la loma que separa los argayos (el de la Garcia y el Mermejo), algo más arriba del collado del Aceo, y escrutamos nuestra siguiente pista. Sabemos que hay que descubrir el argayo oculto que baja del Pamparroso, a la altura de las Torres del Hoyo de la Llera, y para ello hemos de ganar terreno por nuestra izquierda. Las minas ya quedan a nuestra vista, justo enfrente en un terreno desolado y rocoso.

desde el collado del Aceo

una pendiente dura de subir desde las profundidades de la Garcia

El sol nos atiza.

Tras otro tramo de dura subida, encontramos algún jito solitario, y observamos el argayo que se nos aparece de repente: por ahí es. Encontramos dos tramos de cuerda probablemente instaladas por espeleólogos y tras un penoso ascenso, alcanzamos el difuso camino del Pamparroso, cada uno por un lado y algo tostados. Pero reconforta encontrar ya algo conocido.

Dejamos las mochilas en un lugar discreto y subiendo por un canchal y unas viras de hierba alcanzamos en poco tiempo la cumbre de la Torre de Enmedio, por detrás de la montaña al ir hacia la cumbre y por delante en la bajada: no presenta problemas ninguna de las dos opciones.

tendencia a la izquierda del valle para descubrir un nuevo argayo transitable

subimos por donde nos dicta el instinto hacia el camino del Pamparroso

enfilando la vereda hacia la Torre de Enmedio

Aunque se trata de una cumbre “menor” comparada con otras más internas del macizo y con mayor renombre, la separan nada menos que 1.400 m. del valle, y como se levanta literalmente desde las profundidades del Cares, el abismo y la sensación de vértigo es indescriptible. La vista hacia Moeño, con las verticales paredes de hierba que bajan desde nuestra cumbre, se antoja tan bella como fuera de toda lógica en las leyes de la física.

en la cumbre de la Torre de Enmedio. 

un universo de vértigo


Por ello no es de extrañar que haya quien encuentre estas salvajes ascensiones desde el Cares más emocionantes y arriesgadas que muchas escaladas en el interior de los Picos, máxime si pensamos que vamos en zapatillas y pantalón corto y sin ningún material de escalada.

Las cabras que pastan en esas altitudes dan un toque de vida a la escena, y lejos de espantarse hacen lo contrario, husmear en nuestras mochilas y mirarnos intrigadas cuando llegamos a ellas.

De nuevo en el caminillo de Pamparroso, nos empezamos a preocupar por el agua, pero decidimos para evitar alargar la ruta al menos dos horas más, no enlazar por aquí hasta el refugio de Jermoso donde podríamos repostar en la fuente, con lo cual optamos por desandar con precaución el camino. Eso sí, en vez de ir de nuevo al collado del Aceo, viramos a nuestra izquierda hacia las minas del Rabico, incluso tengo ánimo aún para adentrarme en alguna de sus bocaminas, y compruebo, que, en efecto, después de oír hablar de ellas años, no eran una leyenda…

uno de los bocaminas de las Minas del Rabico

cualquier marco es bueno para Peña Santa


Desde las minas, a base de imaginación, llegamos hasta el visible inicio de la senda que nos lleva a Collado Solano, que ya conociéramos en otra anterior excursión por las Traviesas de la Torre del Jaz, y remontamos las pendientes de tan sorprendente camino bajo un sol y un calor de lo más castigador. Deshidratados, nos tomamos un merecido descanso cuando llegamos al ansiado collado. Por fin vemos a seres humanos.



la perceptible senda hacia Collado Solano


llegando a Collado Solano

La bajada a la Vega de Asotín la hacemos más tranquilos, y de ahí nos internamos en el bosque; pero en vez de seguir hacia la rienda viramos hacia el norte por una buena y bonita senda señalizada con un jito, que nos lleva de nuevo al mismo punto de inicio de la ruta que comenzáramos por la mañana. Fresneda, Barrejo y el parking. Nos descalzamos y bebemos litros y litros. Las frías aguas de la Fuente de la Teja recomponen pies y ánimos. Son las seis de la tarde.

Los días posteriores, en alguna visita al Chorco y a Corona, no paro de emplear minutos en identificar desde el suelo el argayo de la Garcia y su sedo, y me pregunto si verdaderamente hemos estado allí o ha sido sólo un sueño.

domingo, 18 de octubre de 2020



17-10-2020

MORALEDA FOREVER

Tiempos de confinamiento en Madrid, pobres escaladores que no pueden venir a las Agujas. Pero a cambio día perfecto, tranquilo, soleado, fresco y con una adherencia generosa para soltar adrenalina de una modo más o menos seguro. Solos en la pared.



Hacía años que no hacía el largo de adherencia, pero tras el subidón de confianza y fe del lunes pasado en la Doble Cero, intenté no pensarlo mucho, viendo como a cada paso los movimientos eran más seguros. Bien por los Mitos.

Empalmé la variante de entrada de Cristal Oscuro (uf, que lejos las chapas) con el segundo largo ya de la Moraleda. La belleza de los pasos es atemporal, siempre estará ahí.

Bonito largo de transición para Raúl y la fisura para el bueno de Juan Carlos. También es un clásico resbalar nada más abandonar el pie izquierdo de unas lajillas para empotrarlo en la fisura. Demasiado vertical y demasiado daño en los pies. Los guantes de goma ayudan, pero no mucho si la mano te queda holgada. Pasado el tramo tieso, disfrute hasta la reunión.

Los buitres pasan a escasos metros. Son los dueños del lugar. Rapelamos hasta la base de la Abraxas, dejando la cuerda en tope rope para rememorar la tremenda Abraxas; cada vez las orejas más exiguas por el destrozo de los escaladores (si no te agarras con fuerza a ellas no subes) y la humedad de la pared. Qué buenos recuerdos...

Recogemos a la Shia y bajamos airosos a por las jarras de la Parri. Eso sí, con mascarilla.















martes, 18 de diciembre de 2018





REVIVAL CANTÁBRICA


6-9 Diciembre de 2018


Se presentó de nuevo un puente de Diciembre, de los Puentes de Diciembre de toda la vida, que hicieron las delicias de este que os habla durante casi dos décadas al permitirme encadenar varios días de escalada con gente diversa y en destinos variopintos.
Fue una auténtica novedad este año elegir como destino las frías tierras leonesas, capaces de congelarte a las 9 de la mañana con cero grados de temperatura y escalar sin camiseta a pleno sol dos horas más tarde. Y además, que en tres de las cuatro actividades que hiciéramos, se apuntara un buen compañero de hazañas de antaño, el genio y figura del Chorbo, que aprecia por igual las tres fases de cualquier jornada de monte: café, tapia y cervezas.
El guardés del Pico, o lo que es lo mismo, don Raúl Redondo, no pudo venir por motivos de agenda, al igual que Alfonso que prefirió trabajar para seguir levantando el país.


Al timón de la Merche, o lo que es lo mismo, la furgo con la que partimos, el bueno de Juan Carlos, ansioso de salidas, trepadas y evasiones por más que tuviera que aguantar a un compañero de viaje tan trasnochado y caduco como yo.




Y así partimos el miércoles 5 a media tarde, en dirección a la Cantábrica, repostando como no podía ser menos en mi querido León natal, en uno de esos bares con buena tapa, y al cual se acercó el gentil de Chesi, sobre todo para darnos muchos ánimos y desearnos suerte en nuestra empresa, pues, ¿a qué lunáticos se les ocurriría en estas fechas orientar la brújula hacia la siberia española?


Era media noche cuando las congeladas calles de barro de la Vega de Robledo recibían la llegada de dos pasajeros somnolientos buscando un sitio llano donde dormir. En el aire, estrellas y un frio cortante como el demonio. De entre las sombras, apareció negruzca la estatua al mastín, emblema de este pequeño pueblo, y que bien merece la pena conocer.
Antes de deslizarme en el saco, me percaté de que el catarro que notaba era sólo el asomo de lo que me esperaba.


EL JUEVES: LA PEÑA SUCA CABRÓN Y LA VÍA MUFIS.



Son las 9,30 y el Chorbo ha llegado puntual a su cita. Para mí, la cosa no ha empezado bien, porque he metido ambos pies en el agua de la acequia nada más salir del pueblo (menudo confort para el resto de las horas por venir) y porque ya en la base, a cincuenta minutos del coche, me percato de que he olvidado parte de mi material. Bien.



El primer largo lo empieza Chorbo, se trata de un largo tranquilo de toma de contacto. Pero el segundo de tranquilo no tiene nada, ya que sortea un techo y avanza por unas fisurillas complicaditas. De hacerlo se encargó Juan Carlos, con su tramposa de 5 kms., sin prisa y sin pausa, y bastante me alegré yo de no haberme tocado semejante ogro. El tercero, que arranca con un compacto muro, me tocó a mí, y lo aceré perfectamente a vista. Era curioso ver cómo la sombra avanzaba en vertical casi más deprisa que nosotros. Los dos últimos largos los terminó Chorbo, llegando hasta la cima (la gente suele repelar sin hacer el último largo). Huimos del frío atardecer como alma que lleva el diablo, destrepando con cuidado hasta la brecha que separa la Peña Suca del Caballín.









Las horas siguientes se consumieron con cerveza, ese invento que te permite acortar el tiempo que en invierno pasas desde las seis de la tarde a las diez de la noche, primero en el balneario de Caldas de Luna y luego en Pola de Gordón, en compañía de la familia de Navarro, que se apuntó a la tertulia. Bueno, tertulia ellos, porque mi catarro derivó en laringitis, y no podía ni articular palabra.




Dormimos en Vegacervera, en un lugar tranquilo desde donde se podía intuir la fantasmal sombra de las paredes de las Hoces.


EL VIERNES. PEDROSA Y SUS VÍAS


A través de esas Hoces pasábamos sobre las 10 de la mañana, rompiéndonos el cuello identificando tantas rutas en el recuerdo…Son tan angostas que el sol apenas entra, por eso escalar aquí en Diciembre es una locura, salvo que entrenes para ir al Mac Kinley.


No nos extrañó por tanto que no hubiera ni el tato en el aparcamiento de Valverdín. Partimos con cero grados hacia la pared y cuando llegamos a la zona soleada era un espectáculo ver cómo se evaporaba la escarcha. Sí sí, muy poético todo pero seguíamos congelados.
Cuando empezamos la Escalera Mecánica aún llevábamos los forros puestos; cuando la estábamos rapelando ya hacía calorcillo. Mejoró aún más la cosa con la Chuchi Norris (el segundo largo es alucinante), y acabamos sin camiseta en las vías de deportiva. Como nos habíamos olvidado cualquier tipo de cosa comestible abajo, las tripas empezaron a quejarse; aun así, apuramos de narices y fuimos de los últimos en bajar: los brazos ya no daban para más. ¡Oh, qué vías… Oh!







La zampa que nos metimos fue bestial, tanto que luego ya no pudimos ni cenar. Pero la tarde nos dio para sumergirnos en las termas de Gete, las cuales parecían estar templaditas, hasta que descubrimos que estábamos tiritando y salimos despavoridos. Al menos nos quitamos la roña.
Liquidamos unas cervezas en Aviados y pal sobre, esta vez protegidos por la vía mítica del Sol sobre nuestras cabezas.


La laringitis se había transformado en faringitis.


EL SÁBADO. EL PICO TORRES Y LA VÍA PORRIÑO.




El lugar de la quedada con Chorbo fue Boñar. Allí donde den café y pincho de tortilla por uno diez, allí estaremos siempre.
Tras preparar los macutos en el aparcamiento de la Raya, en lo alto del Puerto de San Isidro, iniciamos la marcha de aproximación, una vez más de manera errónea. He venido aquí muchas veces y nunca he pillado a la primera el dichoso camino.


Nos cruzamos con un grupo de andarines, uno de ellos al enterarse de que íbamos a escalar comentó “o sea que tenemos espectáculo”, lo cual apuesto que lo dijo con retintín porque conocía la historia de mi vida.
Empezó el Chorbo, que venía motivado, y la verdad es que se lo curró muy bien empalmando los dos primeros largos, el segundo realmente delicado. En el tercero enmendó mi miopía y pasó de nuevo en cabeza, acertando con el itinerario correcto, bastante secreto porque como bien se lee también en internet, es todo igual y encima las chapas y clavos oxidados se camuflan con el color de la roca.



El cuarto largo lo resolvió hasta casi la cumbre Juan Carlos, y lo hizo rápido, menos mal porque yo ya estaba pensando en llamar al helicóptero del frío que tenía.




Recogemos cuerdas, mal tragamos los polvorones de Chorbo (auténtico fanático de este complemento navideño), nos despedimos de la reunión última de la directísima, y de rapelar pasamos, tiramos hasta la cumbre y bajamos andando como en una hora, recalando por fin en el bar, que ya tenía los botellines preparados. Fue una decepción saber que habían robado el libro de piadas, porque me hubiera gustado releer las tonterías que puse hace ya más de 25 años cuando hice la directísima.




Esta vez guardamos el hambre para una cena en condiciones en Boñar. Con el auxilio de un cepas viejas llenamos la barriga y vaciamos el monedero. Pero estábamos vivos una vez más y había que celebrarlo.


La dormida fue en la zona de las piscinas de Boñar, justo donde hiciera yo de niño un campamento al que nos mandaron las monjas. Allí no aprendí a montar tiendas canadienses, pero descubrí en toda su amplitud el concepto de jolgorio.
La faringitis se estaba transformando en sinusitis.


EL DOMINGO. VALDEHUESA FOREVER.


Terminó el puente en las blanquecinas paredes de Valdehuesa, recordando vías como Mi Primera Embestida, Rabo de Nube, Todo eso que nos arrebata el viento, Paco Jones…
Una vez más comprobé que el quinto más es comparativamente con tu estado de forma el grado más duro de cuantos existen.

Terminamos por poco con las cervezas de la furgoneta, apurando las pocas viandas que quedaban, y tras un carajillo en Boñar, nos despedimos del Chorbo mientras nosotros nos volvíamos a Madrid.


En ruta, evoco otros tiempos, inevitables pensamientos que me surgen cuando visito estos parajes. Pienso en la gente con quien vine, en los que abrían, en las primeras repeticiones, en los ridículos gatos y arneses que llevábamos…cuánta aventura.
Ya ha llovido desde los ochenta y los noventa. Entonces éramos imparables y nuestra mente no necesitaba más futuro que llegar a la cadena. La caliza sigue siendo la misma, pero los ojos que la ven ya no. ¿Que qué es la escalada? Aquello que ya no volverá.


Ya en casa, por fin podré curar el maldito catarro.