jueves, 22 de julio de 2021

Canales de Arria y Arzón

A      R      R      I      A

(la película)

17 de Julio de 2021

Lo primero que hay que referir a los lectores es que, si ya de por sí el dicho “nada es lo que parece” se aplica por lo general a todo lo que nos pasa por los sentidos (excepto posiblemente la jarra de cerveza bien fría, que esa sí es y sabe tal cual la imaginamos), en Picos de Europa es mayor verdad aún.
Estamos en el cuartel general de intendencia de Santa Marina, también llamado Las Traviesas (nunca tan bien traído tal alegórico nombre). 

Nos levantamos ojerosos, pocas horas de sueño por culpa de unos nocturnos callos que impidieron conciliar el sueño como dios manda. 

Remolones apuramos el café de las 7,30 y nos fuimos a llevar un coche a la entrada de Caín y otro al aparcamiento de la Fuente de la Teja. 

Nos pusimos a caminar, con las moscas molestando las cabezas, y transcurrida una hora aproximadamente, ya nos dimos cuenta de que íbamos mal: demasiado altos. Estábamos a los pies del Jancao, visualizando nítidamente el sedo de la Garcia. Imposible atajar de frente, no teníamos una desbrozadora a mano. 

Retrocedimos, y a costa de no pocos pinchazos, raspones y escoceduras de las malas hierbas reinantes, desandamos el camino hasta casi La Fresneda, logrando embocar el camino bueno, un pasillo de helechos que nos llevaría hasta el argayo Mermejo. Este César siempre ha sido un lince encontrando caminos ocultos. Aunque de haber sabido las horas que vendrían luego, mejor no haberlo encontrado. 

A costa de sudores y penurias por el calor que empezaba a hacer, llegamos a la Estaca, una hora después de lo previsto, y con cuidado (pues menudo precipicio hay debajo) remontamos las escarpaduras hasta la base del sedo de Arria. Desde él, observamos el imaginario camino que al mismo punto viene por el Jucabero y Judarriego, entrando por Santiján, pero si este ya me parece tremendo, el otro mejor ni imaginarlo.
La traviesa de Arria resultó ser bien entretenida, pisando con los cinco sentidos, (como diría nuestro desaparecido Santiago Morán), aunque recuerdo Ozania, o la terrible Trasenvernosa más peligrosas. Superamos los tramos conflictivos (¡no resbalar!) y nos santiguamos antes de subir por la empinada Canal de Arria, una auténtica penitencia a más de treinta grados y sin ningún tipo de vereda ni de sombra. Eso no se subía ni con reductora.
En la collada, me dio un buen tirón en la pierna, y esperé sentadito al resto de la tropa, que venía ya con el “mal de hartura”. Mientras, me fijo en la canal de la Meona (impracticable) y pienso que podría ser un buen sitio para lanzarse en patinete. Qué andurriales. Pero qué bellos y extraños. Y por supuesto, ni el tato.
Otro empujón más y nos situamos en la Horcada de la Teja, desde donde veríamos las praderas colgadas sobre Moeño, que invitaban más a rapelar que a destrepar. Madre qué laberinto... Gracias a las indicaciones de las escrituras de Monchu (para mí que esta tropa es de Caín) logramos trazar el itinerario más seguro, llegando milagrosamente a la fuente de Moeño, un oasis en medio de un desierto de hierba y roca abrasador. Los agujeros de Inabio y de la Llevinca, añadían extrañeza a la escena.
Por las pedreras de Moeño alcanzamos el collado de Armellán, deseando asomarnos a la canal de Arzón de una vez; cuando sucedió, no dábamos crédito a lo que nos quedaba, así que nos santiguamos y rezamos el padrenuestro, sobre todo para asumir los mil y un resbalones que se avecinaban destrepando semejantes hierbajos. El Raúl quedó primero en la clasificación, seguido de la morena Beatriz, cuyas piernas parecían un cuadro impresionista de los escocidas que estaban por tanto pincho y tanta ortiga. Aquello no se acababa nunca.

En la parte final, apareció un triste jito, el segundo que veíamos en el día (qué generosidad). Al parecer estábamos en el Sedo del Mostajo. Cuando me quise dar cuenta, los cortados del final de la canal nos cerraban el paso, por lo que me tocó buscar una salida que encontré de suerte atravesando con cuidado una imaginaria vereda. Y es que debimos habernos ido por un hombro tiempo antes, pero ya ni conocíamos ni atinábamos. 

Llegamos al coche once horas después de la partida, exhaustos, tostados y deshidratados, pero felices, sabedores de que una ducha y unas cervezas borrarían semejante pesadilla. Ni habíamos comido. 

15 kilómetros, 1.400 metros de desnivel positivo y 1.600 metros de bajada. 31 grados de media.

Horrendamente maravilloso. 


Ven…corre a mi sombrilla. 

PD: Si buscas empleo y añades al currículum la Canal de Arria, te contratarán el primero.

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