Aprovechando un nuevo fin de semana de buen tiempo, y no sin
algo de curiosidad por saber lo que nos encontraríamos (desde que oí hablar de esta ruta del Pamparroso siempre la había imaginado como un monstruo de siete cabezas), marchamos el Chesi, el
Quique y un servidor el viernes 19 de Septiembre hacia Cordiñanes,
parando como suele ser habitual en Velilla del Rio Carrión y en Boca de
Huérgano, donde habíamos quedado con el recio Ignacio, uno de los cuñaos, el
cual tiene la suerte de estar afincado en León. Esta vez los cabrereños se me habían rajado.
Pese a que el sentido común mandaba meterse pronto en cama,
demoramos algo el recogimiento, pues ya se sabe que los encuentros de amigos
montañeros propician los brindis y los orujos. El Hostal del Tombo es una
maravilla al comprender este detalle, pues ninguna objeción pusieron a ello ni en la cena ni en los "postres".
El sábado 20, tras desayunar con poco hambre, aparcamos
el coche en el aparcamiento de la fuente, que señala el inicio del a ruta, y
con paso holgazán remontamos las hermosas hierbas de Arnao. Cuando llevábamos hora y media, llegábamos a los invernales
de Moeño, pasto de las ortigas y los
zarzales. A partir de ahí, buscamos la LLevinca,
haciéndonos un poco de lio hasta encontrar el buen camino, que de bueno sólo
tenía el nombre, porque entre la inclinación de la hierba y las planchas
mojadas de roca sudamos tinta y de la gorda, rezando para no resbalar. Dos
horas más necesitamos desde las majadas para alcanzar la puerta de la Torre de Enmedio, que da acceso a las
Traviesas, y cuando llegamos a ella sentimos admiración al mismo tiempo que
incredulidad. ¿es por aquí? Pero como para darse la vuelta!
Las traviesas resultan ser un medio único y excepcional de
acercarse a Collado Jermoso desde
Caín, si quitamos el camino de las minas del Rabico al que no creo que
vayamos nunca (porque es todavía peor que este), y salvo un paso delicado que
encontramos a la mitad, se puede realizar sin problemas con algo de sentido común
y de prudencia. El helero Pamparroso
(que da nombre a la ruta), lo pasamos por su parte inferior. Este nevero es
milenario, pero como todos, va a menos cada año.
A Collado Jermoso
llegamos pasadas las cinco de la tarde, con un horario final de siete horas:
Era tiempo de cervezas. Sobre nuestras cabezas, la Peñalba, donde Quique y yo pasáramos una noche horrible un lejano
día de Octubre: La noche nos pilló en media pared.
La tarde se pasó enseguida, disfrutando de una rica cena en
el refugio y de un mar de nubes que ahora en Septiembre se me antoja más
bonito, por la poca fuerza del sol y los colores tan especiales sobre la niebla.
Ahí tenéis las fotos para comprobarlo!
Chesi y Nacho durmieron en la tienda, y el Quique y yo, que
no la habíamos subido, fuimos premiados por el generoso azar, encontrando dos
huecos en una de las habitaciones.
El domingo 21 nuestro objetivo era subir al Tiro Tirso, el cual siempre lo habíamos tenido en mente, la
verdad. Pero la dificultad del Tiro
Callejo (con puro hielo!) y el avistamiento de la vía normal, con bastante
nieve, nos chafó los planes, subiendo a cambio al Llambrión por la chimenea Norte. Veintiún años que no subía aquí de
nuevo.
Para bajar el paso del Tiro Callejo nos ayudaron bastante
las cuerdas que hay.
De vuelta, y antes del Tiro Callejo, emulé a mi primo Goyo ascendiendo a la Aguja de Tiro Callejo, airosa y desafiante…que miedorrrrr…
De vuelta, y antes del Tiro Callejo, emulé a mi primo Goyo ascendiendo a la Aguja de Tiro Callejo, airosa y desafiante…que miedorrrrr…
De nuevo en el refugio, tomamos la última cerveza, y comenzamos a bajar, por los precipicios del Argayo Congosto. Para bajar a la Vega de Asotín, yo preferí tomar el camino de la Canal Honda, que te ahorra tiempo, mientras ellos fueron a conocer el bonito enclave de Collado Solano.
En medio del bosque, tomamos el desvío que nos aleja de la Rienda, ya que nuestro deseo era llegar donde dejamos el coche, y así conectamos con Peguera y Corona, tras algún despiste que otro y por sendas y caminos improvisados, una vez que desaparecieron los jitos. Habíamos bajado 2.200 metros de desnivel. No está mal!
Sentadito en el cómodo asiento del coche, mientras pasan por
mi vista las últimas paredes y canales que sujetan el Cares, me pregunto cuánto menisco nos quedará para seguir
sorprendiéndonos en estas montañas que nos vieron de críos, y que, en mi
opinión, no tienen comparación con nada de lo que he conocido hasta ahora.